Desde que me acerqué a la psicología me quedó bastante claro que la autoestima era algo fundamental para el bienestar, así que llevo años enseñando a la gente a quererse más, y de paso también haciéndolo conmigo misma, porque aunque os parezca mentira, dedicarse a esto no es un antídoto ni para la baja autoestima, ni para la ansiedad, ni para cualquier otro bache emocional.
La verdad es que, con el paso del tiempo, me he ido dando cuenta de que quererse más no es sólo una cuestión de reconocerse lo positivo. Viene bien echarse flores, pero es verdad que el que yo me quiera en base a mis cualidades, por más que intente que sólo dependa de mí; está siempre sujeto a lo que llega de fuera, a mis éxitos, a la respuesta que recibo de los demás…
Y en una vida normal, ni tenemos grandes éxitos con frecuencia, ni estamos rodeados de gente que tienda a elogiar (esto daría para otro post). Así que, cuando hay dificultades o las cosas no nos salen, tendemos más a juzgarnos, criticarnos y exigirnos, que a tratarnos con cariño.
La primera vez que oí hablar de la autocompasión con una connotación positiva fue en un curso de mindfulness. Lo reconozco, el término suena mal, y aunque intento escuchar antes de hacerme una idea de las cosas, me resultó difícil no relacionarlo con compadecerse de sí mismo.
Sin embargo, me di cuenta de que me hablaban de un modo mucho más natural de quererse. Igual que sentimos compasión por otros, y deseamos aliviar su sufrimiento, podemos hacerlo con nosotros mismos. Comentaban en el curso que para la cultura occidental es un concepto difícil de asimilar, y que en muchos casos nos resulta más fácil ser compasivos con otros que con nosotros. Mientras que en algunas culturas orientales les cuesta entender que haya personas que no se quieran, o eso de la baja autoestima.
Desde que asistí a ese curso he seguido indagando sobre la autocompasión, si estáis interesados, Kristin Neff, es una de las psicólogas que más ha investigado sobre este tema, y en ella y lo que propone me baso para escribir esta entrada.
Lo primero es entender qué es autocompasión, no tiene nada que ver con la autocomplacencia, no se trata de que en el momento de sufrimiento nos quedemos cerrados en el victimismo, o en el decirnos que no pasa nada. Se trata de aceptar ese sufrimiento y ofrecernos apoyo, como lo haríamos con alguien a quien queremos: consolar, desde la idea de que solo aceptando quienes somos, y nuestra imperfección, podremos mejorar. Explicado así resulta tan lógico que uno piensa que eso es lo que hace habitualmente, y sin embargo…
¿Qué nos solemos decir cuando metemos la pata? ¿Cuantas veces nos juzgamos a lo largo del día? ¿Cuantas nos criticamos de forma despiadada o nos exigimos más allá de lo humanamente posible? Y en cambio, casi nunca nos dedicamos palabras de aliento, nos lanzamos buenos deseos o fomentamos el querernos de verdad. Pocas veces se nos enseña a tener esa actitud con nosotros mismos, y son muchas más las veces que actuamos como el juez más severo, que como un padre cariñoso, cuando es obvio que para superarnos es bastante más útil empezar por tratarnos bien.
¿Cómo fomentar esta actitud entonces?
Para empezar cuando quieres a alguien esa persona es una prioridad para ti, y si sabes que lo está pasando mal, ayudarla y confortarla es lo primero que intentas. Trasladad eso hacia vosotros mismos, evidentemente la autocompasión implica establecer límites con los demás, ponerse siempre en último lugar es lo opuesto a quererse.
Tampoco queremos a alguien porque esté siempre bien, así que si os sentís mal empezad por pararos y aceptarlo, sin juzgar. Desde la idea de que como seres humanos sufrimos, metemos la pata; es parte de la vida y le pasa a todo el mundo, no somos el único bicho raro que se siente así y a quien le pasan estas cosas.
Este punto parece una cosa de poco, y sin embargo ayuda muchísimo en momentos de desasosiego, no somos distintos ni peores, todo el mundo se equivoca, sufre e incluso tropieza una y otra vez con la misma piedra.
A partir de ahí se trata de seguir cultivando esa actitud de amabilidad hacia vosotros mismos, pero también de ser conscientes de lo que está pasando e ir viendo qué necesitamos, intentando no juzgar lo que sentimos, ni exagerarlo, sino aceptar que esas emociones están ahí.
Eso nos ayudará a no quedarnos atrapados o bloqueados por esos pensamientos, y a no entrar en una espiral emocional que sólo nos lleva a sentirnos aún peor, sino a aceptar que lo estamos pasando mal y afrontarlo. Desde ese punto será más fácil reconocer nuestros errores, o encontrar soluciones a lo que nos sucede.
Sé por experiencia propia que no es fácil, como todo requiere práctica y paciencia, podéis empezar por daros cuenta del diálogo interno que tenéis y frenar esos juicios críticos o autoexigentes. Veréis que es mucho más constante de lo que creíais, es normal, a partir de ahí trasladad hacia vosotros la amabilidad que tendrías con otras personas.
Os iréis dando cuenta de que merece la pena, el poder ser un apoyo y no un obstáculo para nosotros mismo marca una gran diferencia, y además se dice que no se puede querer a nadie si no empezamos por querernos a nosotros mismos.